Crónicas de los árboles humanos

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¡Ah, qué madero tan pesado!
Enorme, rugoso,
y mi pueblo sabe que lo lleva
en una multiplicación de cristos;
aquel con la camisa rota,
aquel con su vientre en deuda,
aquella comiendo ajeno, y lavando propio.

Todos con su cruz a cuestas,
ya no me alcanza;
su cruz a cuestas,
quiere dejarme;
su cruz a cuestas,
van a matarlo;
su cruz a cuestas
yo ya no existo,
madero y senda.

Ya no hay más Gólgota
para tanto árbol humano,
y la muerte, agradecida,
hasta siente fervor patrio,
y esos pobres condenados se pelean las espinas;
ya hay escasez de clavos,
y hacen falta más Marías;
sobran Pedros que nos nieguen,
faltan judas que nos lancen,
y ya no existe el coraje para resucitarse.

Todos esperan las doce,
¡ya todos quieren sembrarse,
morir en el más abierto abrazo,
con una herida de lanza
perforándoles el pecho,
para que dé testimonio
de que deben estar muertos!

¿Quién quiere meter la mano?
¡Somos mártires del pueblo!
Castigos por la palabra,
¡marchamos sin sirineos,
ésta es mi cruz, y la acepto,
y yo solo me subo y me clavo!
¡Yo solo me muero!

Parece que se duerme el pueblo…

¡y que nos den más vinagre,
para hacer más trágico el cuento!
(¡yo también he sangrado!
¡Mire el montón de marcas
y vea cómo he sufrido!)
¿cuánto quedamos debiendo,
para qué es el sacrificio?

¡Ah, madero tan pesado,
cómo conviertes el suelo
en cementerio clandestino,
si no hay más Arimateas
que dejen dormir nuestro sino!

El abrigo, el anhelo

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Como una segunda piel te añoro en las entrañas,
trascendente, volátil, presente e intangible,
tan esperanza, tan aire,
como al recorrer tu vientre tantas veces escalado,
y crear los griegos elementos que conforman la materia.

El sueño de las frases en tus ojos ilegibles,
el fuego en las paredes, en las lunas, en la almohada,
el aire en las mareas, en nuestro oleaje salado,
el cosmos en tu ombligo, en tus promesas de madre,
como vestidos de Olimpo que al volar no dejan huella.

Añoro los tambores, el calor, el viento denso,
las danzas africanas a cien horas por segundo,
en el pecho, para el mundo
que se detiene y escucha capturándonos los ecos,
mientras todo lo llovemos, consumados, casi verbos.

Y llega el momento, la lanza temible,
los héroes, las antorchas, los gritos y las marchas,
y Nicoya dormida abrupta se levanta,
y nos ve de guerrilla, uniformados de plata,
mas se aleja de puntillas, pero su risa es audible,
y la noche se avergüenza como envidiosa del alba.

Como una segunda piel, pareces escucharme,
y te duermes en mi pecho, y sin darte cuenta, me matas.

Como para un final.

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Hay más en la vida que tus ojos,
mucho más que tu sonrisa
y esa calma que muere y renace
cada vez que te miras en mi rostro

Hay mucho más en la vida que tus ojos,
millones de cosas difieren de tus manos;
hay más que tu nombre, más que tus besos,
el mundo es un lugar sorprendente y amplio
con cielos similares a tu calma,
con frutos parecidos a tus labios.

Mas, como siempre, existe un sin embargo,
pues este mundo es el mundo,
y tus manos son tus manos,
y tus besos son tus besos,
y tus labios son tus labios,

y la delicada simbiosis,
la comunión entre ambos,
con el mundo siendo mundo por nosotros,
y nosotros al rehacerlo y contemplarlo,
eso mi amada compañera,
es vida con vida dando vida,
es el alfa y el omega en nuestros brazos.

Hay más en la vida que tus ojos,
y sin ellos, compañera,
¡sin ellos falta tanto!

Poema de Becky

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Unas letras para una buena amiga a la cual nunca le habían escrito un poema. ¡Ahora ya tenés uno, que aunque simplecito, es tuyo!


Sos a veces tan otoño de hojas cayendo lento,
De fríos estremeceres como anticipando inviernos,
Sos a veces tan otoño de lágrimas en el suelo,
Que es imposible mirarte sin que me tiñas el cielo

Sos a veces tan lejana como el acorde del viento
Aunque hablas desde el pecho, a corazón abierto,
Pero a veces, por las tardes, se acerca tanto tu aliento
Que juraría que te abrazo, que te respiro y te anhelo.

A veces quisiera ser vos para esconderme en la risa,
Quisiera poder dejar a un lado mi desidia,
A veces quisiera ser vos para captar de esta vida
Todas las cosas que guardas en tu corazón de niña.

Sos a veces tan otoño, muerteviva de caricias,
Que te imagino volando en remolinos y brisas,
Sos una estación de la mente donde sanar las heridas
Una caja de Pandora, toda mujer, toda vida.

Utopía #1

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Ya no padezco el amor,
no lo malvivo,
y el poema me trasciende de los dedos
Poesía es ahora para mí una cascada
es hacerte reír y estremecerme

Yo ya no sufro de amor
sino de tantas
y muchas otras cosas menores y perennes,
como el hoy, el trabajo, el hasta siempre,
todo tan minúsculo y tan débil,
tan poco vital y descartable
ante tu mayúsculo calor de día tranquilo.

A veces los amigos me reclaman
esa poesía de letras transhumantes
que a veces pertenece solo a sueños.
Pero yo no añoro nada, soy completo
siempre y cuando me tomes de la mano,
soy completo siempre y cuando
comiencen y terminen en vos todos mis días,
en constante comunión con el eterno.

Ya no padezco de amor, ni de poesía,
no necesito gritar que los concibo,
ni defenderlos de oscuras herejías,
no necesito escribirlos si los vivo.

La cicuta muda

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Un silencio amargo y llano,
así, como las horas
y en las horas tu silencio
como muerto, palpitando
amargo, como el trago fermentado de la culpa
como muerto, como muerto...
sólo que a veces suspira
pálido, vasto.

No se sabe si es ausencia
o una esperanza perdida
o un puño mortal que se postra
y no hace nada.
que se cierra con las fuerzas de la carne,
que se cierra y se comprime,
y cuelga en la misma cuerda
en que cuelga su lucha.

Unos labios apretados
una gota indecisa y en brasas
equilibrándose en los párpados
un péndulo y agujas en tu mente;
el cansancio se hace ala
y el silencio sigue respirando
a veces,respirando

El gran fumador

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Este poema se me ocurrió después de leer uno de Charles Baudelaire incluido en su poemario "Las Flores del Mal". Se trata de un juego de intercalación de versos . Suerte, se los dejo para que me digan qué les parece.




Poco a poco, encendés con tus ojos tu recuerdo,
aspiro y me abandono al respirar,
lo siento cabalgando en mis pulmones,
me invade por debajo de las puertas,
cambio oxígeno por humo,
parpadeo,
y la brasa exige consumirse.

Sonríes, abrazas y besas,
y a dos o tres miradas de distancia
apago el fuego con mi lengua.

Busco nuevamente y enciendo,
aspiro y me abandono al respirar,
la amarga nicotina de todas las cicatrices
me invade por debajo de las puertas,
me sangran las encías, la nariz, el corazón,
parpadeo,
y me duele asumir otros colores cada vez.;
sonríes, abrazas y besas,
una ira recorre mi pupila, y entonces
apago el fuego con mi lengua.

Las cenizas van nublando mi cabeza
busco nuevamente y enciendo,
me delatan los poros que supuran
la amarga nicotina de todas las cicatrices,
y de a pocos percibís con el olfato, algo te dice:
“me sangran las encías, la nariz, el corazón”,
me percato y con gestos te confieso:
me duele asumir otros colores cada vez,
me duele el engañarme y desmentirme.


Una ira recorre mi pupila,
la siento cabalgando en mis pulmones,
las cenizas van nublando mi cabeza,
cambio oxígeno por humo,
me delatan los poros que supuran
y la brasa que exige consumirse.
De a pocos percibís con el olfato, algo te dice:
“…y a dos o tres miradas de distancia
me percato y con gestos te confieso:
me duele el engañarme y desmentirme”

Poco a poco enciendo con mis ojos mi recuerdo,
Nuestros ojos me consumen,
Ya no me mirés más.



Imagen tomada de www.worth1000.com

Quimera en tres movimientos

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En el primer momento
tenés esa mirada que todo lo derriba
ese asombroso impacto que todo lo estremece;
la ballesta de las luces,
la velocidad patente
en el vértigo y el frío
de las estrellas candentes,
en dos suspiros del alma,
en dos oculares vientres.
Yo desearía contarte
que entre un parpadeo y otro
del palpitar de tus ojos
he viajado en universos
y distancias infinitas,
edades se han revelado,
celestiales experimentos
y mil explosiones míticas
de verdes, azules y rojos,
y novas que implotan y arden
en oscuridades tibias.

En el segundo momento
tenés esa mirada que de todo se adueña,
esa que todo contiene, que todo invisibiliza,
la omnipresencia errante
en deidades de pupilas,
la magnánima incidencia
de las intenciones mínimas;
el gran agujero
que inexplorable levita
sobre aquel todo que llena
sus grandes redes vacías.
Yo desearía contarte
que en un pulso que han marcado
tus terribles espejos de éter,
he visto caer ciudades
y levantarse pueblos,
he sentido tierra y aire
y oído latir los cerros,
he visto el manto partido
en la fachada del templo
y mezquitas que iluminan
con sus cúpulas los cielos.

Pero en el tercer momento
tenés esa mirada desde tus sueños de niña,
aquella que todo sabe
pero de momento olvida,
aquella danza violenta
del impulso y de la risa
cuando nace y crece el miedo
en el Creador de la vida.
Yo desearía contarte
que tras una intermitencia
de tus ojos, ¡maravilla!...
vos los cerraste de golpe
y se han convertido en semillas
cuando tus labios crearon
en los míos , su caricia.
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Mapa del todavía

Si me vieras de costado, detenido,

notarías un ligero abultamiento

en la porción del pecho donde se guardan las ganas.

Está aquel espacio abarrotado

de no sé cuántas miradas perdidas,

cuántas robadas,

de algunas manos, de algunos manazos,

de kilómetros de acera, asfalto y trillo,

de kilos y kilos de hule para suela de zapatos,

del delicioso cansancio del esfuerzo físico,

y del físico esfuerzo por mantener un equilibrio…

Hay también algunas escaleras,

algunas botellas, algunos vasos,

centenares de noches dentro de una cajita,

clasificadas por lunas, por colores, por caricias,

por insomnios, somnolencias,

nochebuenas y perdidas,

noches para Eros junto a Tánatos,

y con similares criterios,

clasificados los días.

Pero la porción del pecho donde se guardan las ganas

también está llena de frutos sin semilla,

de sed por matarse a miradazos,

de hambre por morirse de caricias,

de envidia de una piel efervescente,

y el calor que despierte su codicia,

de una voz que me pida un “no te vayas”,

y del eco de mi voz como en poniente

que le mienta, que le dé un único engaño,

respondiéndole que hoy no tengo prisa…

Si me vieras de costado, detenido,

encontrarías tantas cosas

que robé de tus pupilas…

Catalepsia

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¡Me escribo tan poco últimamente!

Son tan escasos los lapsos en que me encuentro,

me fumo, me escucho y me respondo,

y a veces, para ganar confianza, me converso…

Ignoro si conversar y convertir son hermanas de leche,

pero, ¡cómo influye en ocasiones una buena discusión

conmigo o con cualquiera!

¡Qué placer aquel de cuando se bota una hilera,

pensamientos racionales, dominó impuesto,

romper estructura, cada cosa significa,

cada gramo de ceniza un campo semántico,

una idea cada gramo de ceniza!

¡Qué poco me visito últimamente!

Aún sabiendo dónde vivo, aún viviendo,

procuro evitar el domicilio donde me fui a esconder

en el más escandaloso concubinato,

con vos, tu recuerdo y mi poesía,

siendo felices los cuatro, no existiendo,

y yo ahora me muerdo los nudillos de la envidia,

y gasto en llamadas, en zapatos, en correo,

pero no disco, no camino, no escribo,

y sólo sé de mi cuando en la calle,

de pura casualidad me encuentro y me sonrío…

Últimamente, las noches son tan largas,

y los días tan fríos,

que prefiero esperar la próxima estación

antes de buscarme y preguntar

cómo está aquel yo que se fugó contigo…

Reminencias recesivas, telúricas réplicas

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Olvidarte
es la negación de una existencia,
es rehusar a un parnaso,
dejar de lado un desorden incontable
de hipérboles lúdicas y muestras de fe.

Es no tomar en cuenta el cronómetro del sol,
irrespetar las cuentas rezadas por la anciana,
callar de golpe el viento y el bambú,
sufrir el vértigo del filo de la espada,
dormir con chupón al hecho inexorable,
aprobar el curso de amar, y no aprender.

Olvidarte, es decir, recordarte en negativo,
le consume tanta sangre a la pared y los relojes
que la una se inclina entre el bahareque y el siglo
y los otros padecen tal vergüenza incontenible
que pierden su cordura en quince para las doce.

Olvidarte, al fin, es una farsa tan completa
que roja de hipocresía
se esconde la vana fuerza,
la sonrisa defendible,
los besos en horas muertas,
y la vida se disfraza vistiendo otra vil careta,
y suele llegar el alba, ¡pero mi noche se queda!

Olvidarte…
nunca escogió peor morada
mi tristeza…

No ha pasado nada

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Este poema se me ocurrió imaginándome una escena en la cual un joven, despuès de intercambiar varias miradas con una señorita que se encuentra en el mismo restaurante en el que él está, decide hacer algo poco usual... levantarse, acercársele y besarla.


No crea usted que pretendo cometer algún agravio,

no crea usted que mirándola fijo pretendo generar un desencanto.

Se equivoca. Yo apenas la conozco.


No pierda el tiempo en eufemismos,

ni trate de evocarnos la conciencia.

No intente los forzados escrutinios

de una lógica que explique las fronteras.

Aquí no ha pasado sino una estación del alma,

como decir,

aquí pasó la primavera.


Esto que usted siente no es más que el corazón

latiéndome en el labio que la besa;

Esto que yo siento es la avalancha

que se roba nuestros aires, y nosotros,

apenas si sentimos esta vida

corriendo en su galope por los prados de las vértebras.

Pero no se moleste. Aquí no ha pasado nada.

Aquí sólo paso el tiempo,

como queriendo cortar nuestras cabezas.


No se equivoque. Nunca quise ofenderla.

Yo me voy sin excusas con que cerrar sus lágrimas abiertas,

la dejo entrehablando, entresonriendo,

como yo cuando esta noche fume

y la recuerde calentándome las venas

con el más agudo néctar que se pueda

robar de una flor cerrada y nueva,

que se expande y se contrae, como nube.

Yo me voy. No se moleste en levantarse.

Quédese de nuevo así, lejana y lúgubre,

como antes de atreverme a arrancarle siquiera

su mirada al vacío, para imprimir sus ojos

en mis pupilas que así quedaron huérfanas;

ya no me pertenecen, no cuento más con ellas.

Con permiso. Ya me marcho.

Aquí no ha pasado sino un génesis abrupto,

como decir,

aquí chocaron dos estrellas.

Usted siga sentada y no se apene,

A mí también me ardió el alma desnuda,

a mí también decir adios me duele.

El Cánon de Penélope (aferrarse a un árbol seco)

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No me despido de vos
y no renuncio,
aunque te marchés de pronto,
aunque ya no quieras darte,
aunque me negués tu vida
como queriendo matarme,
aunque finjás, como lo hacés,
que nunca quisiste mi alma,
sé que me son fieles las frases
y latentes las miradas,
y que en las noches calladas y largas como tus máscaras
de vez en cuando reís
cuando te asalta el recuerdo,
y una vez perdida esperás
la llamada quiebrasueños.
No me despido de vos,
Y no renuncio,
porque ver la vida en vos
no es vivir del recuerdo
ya que recuerdo la vida
porque vos le diste tiempo.
Yo no renuncio,
no debo.
Puede que salga, quizás,
a buscarte en otro tiempo,
a envejecer un poco,
a coleccionar camino,
puede que me vaya incluso,
mas no me despido de vos

no por creer en destinos,
sino porque te encuentro en cada humedad de setiembre,
en cada tarde en batalla,
en cada charco que brinco en las calles de mi pueblo,
en el vaivén de mi hamaca, y en cada esperanza,
y luego,
me doy cuenta que al llevarte, obstinado, terco,
aferrado a un árbol seco,
rescato el aroma de la vida
que me enseñaste a respirar sobre tu pecho.
No me despido de vos,
y no renuncio,
porque por vos es mi historia en este algoritmo resuelta
y a ese dogma consagrada,
si estás o no estás ¡es tu espada!,
con vos o sin vos ¡es mi vida!
…por eso no digo adiós,
y te quiero todavía.





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