Amor en la escala de Richter

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Me gusta verte de vez en cuando, 

y comer pan pita con pollo y hablar de cosas de oficina 
como si no nos recorriéramos por dentro. 

Me gusta saludarte y verte a los ojos distraídos, 
y ayudarte a cruzar la calle y tomarte sólo un segundo por la cintura
y darte un beso en la mejilla, y luchar con las ganas de doblar la cabeza y comerte los labios, 
y verte marchar como quien despide a un vecino.

A mi me gusta encontrarte por momentos
y jugar a que nos vemos para estudiar matemáticas,
para entregar un recibo,
para hablar de algún trámite.

Pero lo que me encanta es descubrir que te tiembla la garganta cuando comenzás a hablarme.
Descubrir que me ves un milisegundo más allá de lo que pretendés...
saber que debajo de la mesa cruzás las piernas si te rozo la mano brevemente.

Me gusta quedarme un segundo de más en las profundidades de tu escote
e inventarme un pájaro para volver a ver al cielo

Y que los demás comensales nos miren en el restaurante
mientras discutimos de música
sin siquiera percibir que hacemos el amor ahí mismo, en ese momento,
entre el plato principal y el postre,
como sólo nosotros sabemos, con el alma.

Me encanta, pero me encanta que al despedirnos
me des la espalda y no me volvás a ver
y poder delinearte el contorno del talle con los ojos,
y si volvés a ver decirte adiós con la mano como quien despide al tren

Y ver la orilla, la última orilla de tu sonrisa cómplice
que me dice que sabés exactamente cómo es que te veo, cómo es que te siento,
y saber en secreto que entre nosotros no hay secretos.