¡Ah, qué madero tan pesado!
Enorme, rugoso,
y mi pueblo sabe que lo lleva
en una multiplicación de cristos;
aquel con la camisa rota,
aquel con su vientre en deuda,
aquella comiendo ajeno, y lavando propio.
Todos con su cruz a cuestas,
ya no me alcanza;
su cruz a cuestas,
quiere dejarme;
su cruz a cuestas,
van a matarlo;
su cruz a cuestas
yo ya no existo,
madero y senda.
Ya no hay más Gólgota
para tanto árbol humano,
y la muerte, agradecida,
hasta siente fervor patrio,
y esos pobres condenados se pelean las espinas;
ya hay escasez de clavos,
y hacen falta más Marías;
sobran Pedros que nos nieguen,
faltan judas que nos lancen,
y ya no existe el coraje para resucitarse.
Todos esperan las doce,
¡ya todos quieren sembrarse,
morir en el más abierto abrazo,
con una herida de lanza
perforándoles el pecho,
para que dé testimonio
de que deben estar muertos!
¿Quién quiere meter la mano?
¡Somos mártires del pueblo!
Castigos por la palabra,
¡marchamos sin sirineos,
ésta es mi cruz, y la acepto,
y yo solo me subo y me clavo!
¡Yo solo me muero!
Parece que se duerme el pueblo…
¡y que nos den más vinagre,
para hacer más trágico el cuento!
(¡yo también he sangrado!
¡Mire el montón de marcas
y vea cómo he sufrido!)
¿cuánto quedamos debiendo,
para qué es el sacrificio?
¡Ah, madero tan pesado,
cómo conviertes el suelo
en cementerio clandestino,
si no hay más Arimateas
que dejen dormir nuestro sino!
Enorme, rugoso,
y mi pueblo sabe que lo lleva
en una multiplicación de cristos;
aquel con la camisa rota,
aquel con su vientre en deuda,
aquella comiendo ajeno, y lavando propio.
Todos con su cruz a cuestas,
ya no me alcanza;
su cruz a cuestas,
quiere dejarme;
su cruz a cuestas,
van a matarlo;
su cruz a cuestas
yo ya no existo,
madero y senda.
Ya no hay más Gólgota
para tanto árbol humano,
y la muerte, agradecida,
hasta siente fervor patrio,
y esos pobres condenados se pelean las espinas;
ya hay escasez de clavos,
y hacen falta más Marías;
sobran Pedros que nos nieguen,
faltan judas que nos lancen,
y ya no existe el coraje para resucitarse.
Todos esperan las doce,
¡ya todos quieren sembrarse,
morir en el más abierto abrazo,
con una herida de lanza
perforándoles el pecho,
para que dé testimonio
de que deben estar muertos!
¿Quién quiere meter la mano?
¡Somos mártires del pueblo!
Castigos por la palabra,
¡marchamos sin sirineos,
ésta es mi cruz, y la acepto,
y yo solo me subo y me clavo!
¡Yo solo me muero!
Parece que se duerme el pueblo…
¡y que nos den más vinagre,
para hacer más trágico el cuento!
(¡yo también he sangrado!
¡Mire el montón de marcas
y vea cómo he sufrido!)
¿cuánto quedamos debiendo,
para qué es el sacrificio?
¡Ah, madero tan pesado,
cómo conviertes el suelo
en cementerio clandestino,
si no hay más Arimateas
que dejen dormir nuestro sino!