No le digan, ustedes que la conocen,
hasta dónde crecen las ramas del amor que le profeso.
Que se lo diga la vida que acaricia nuestras hojas,
las mutuas raíces de historia que se hunden en este suelo,
nuestro dosel de sueños, tan latente y respirante;
estas flores de colores que brotan de nuestros versos.
Por favor no le cuenten, ustedes que nos ven juntos,
el como mi luz se estrella con el prisma de sus ojos.
Que se lo diga el espectro de arcoiris creciente
que después de su mirada le da color a mi cosmos;
que se lo relaten los tonos, las sombras y dimensiones
de la acuarela de mí que queda tras sus pinceles,
la pirotecnia de tintas que estalla en mis esperanzas,
las mariposas de fuego que se encienden en mi rostro.
No le hablen sobre cómo le da sentido a mi tiempo.
Que se lo narre el presente con sus engranes dorados
moliendo en el Ya un pasado cargado de nuevos recuerdos...
que lo susurre el futuro donde corremos los velos
para mirar hacia atrás todos los viejos momentos,
con manos entrelazadas como cinta de Möebius.
No le cuenten, por favor, porque ella no es de palabras.
Es de sentires, de hechos, movimientos e intuiciones.
De percibir en la piel, de adivinar en el sueño,
de respirarse las almas y de esculpir ilusiones.
Al fin y al cabo el amor se escribe con los secretos
tallados con la cuchilla de la risa en nuestros cuerpos.
Al fin y al cabo, el amor, ¡alucinante misterio!
se escucha en la clave morse del código de los besos.
Simplemente, no le digan. ¡Que suenen nuestros silencios!