Vos sos así, parida por la tierra,
Tan hija de los ríos,
La sombra del humo contra una pared negra. El espacio inadvertido de silencio entre el miedo y la plegaria. La sospecha tétrica de ser espacio ausente. Ese espacio de la mente que se reserva en las habitaciones secretas del sub conciente, donde la luz no es necesaria. Bienvenidos a Claveoscura. Notas blancas y negras sueltas. Letras y sueños.
Tan hija de los ríos,
Hay agujeros negros que se tragan mundos
Titanes gigantes que comen estrellas.
Embudos de luz, nadas invisibles
gigantes imanes juguetes de Dios.
Luego están tus ojos.
Hay nébulas largas pringadas de brillo
Supernovas blancas de atómica fuerza,
De luz tan intensa cual chispa divina
Colores soñados por algún Creador
Luego están tus ojos.
Hay noches de insomnio, las noches eternas
Noches genocidas de sueños y glorias
Camas sin descanso, guerras de mil años
peleadas en lenta aguja de reloj
Luego están tus ojos
Pero cuando al monstruo una luz escapa
Cuando el negro cubre estrellas y calor
Cuando el sueño sueña el sueño que sueño
y tiembla epicentros en el corazón...
Luego están tus ojos.
Siempre... tus ojos
Si me vieras de costado, detenido,
notarías un ligero abultamiento
en la porción del pecho donde se guardan las ganas.
Está aquel espacio abarrotado
de no sé cuántas miradas perdidas,
cuántas robadas,
de algunas manos, de algunos manazos,
de kilómetros de acera, asfalto y trillo,
de kilos y kilos de hule para suela de zapatos,
del delicioso cansancio del esfuerzo físico,
y del físico esfuerzo por mantener un equilibrio…
Hay también algunas escaleras,
algunas botellas, algunos vasos,
centenares de noches dentro de una cajita,
clasificadas por lunas, por colores, por caricias,
por insomnios, somnolencias,
nochebuenas y perdidas,
noches para Eros junto a Tánatos,
y con similares criterios,
clasificados los días.
Pero la porción del pecho donde se guardan las ganas
también está llena de frutos sin semilla,
de sed por matarse a miradazos,
de hambre por morirse de caricias,
de envidia de una piel efervescente,
y el calor que despierte su codicia,
de una voz que me pida un “no te vayas”,
y del eco de mi voz como en poniente
que le mienta, que le dé un único engaño,
respondiéndole que hoy no tengo prisa…
Si me vieras de costado, detenido,
encontrarías tantas cosas
que robé de tus pupilas…
¡Me escribo tan poco últimamente!
Son tan escasos los lapsos en que me encuentro,
me fumo, me escucho y me respondo,
y a veces, para ganar confianza, me converso…
Ignoro si conversar y convertir son hermanas de leche,
pero, ¡cómo influye en ocasiones una buena discusión
conmigo o con cualquiera!
¡Qué placer aquel de cuando se bota una hilera,
pensamientos racionales, dominó impuesto,
romper estructura, cada cosa significa,
cada gramo de ceniza un campo semántico,
una idea cada gramo de ceniza!
¡Qué poco me visito últimamente!
Aún sabiendo dónde vivo, aún viviendo,
procuro evitar el domicilio donde me fui a esconder
en el más escandaloso concubinato,
con vos, tu recuerdo y mi poesía,
siendo felices los cuatro, no existiendo,
y yo ahora me muerdo los nudillos de la envidia,
y gasto en llamadas, en zapatos, en correo,
pero no disco, no camino, no escribo,
y sólo sé de mi cuando en la calle,
de pura casualidad me encuentro y me sonrío…
Últimamente, las noches son tan largas,
y los días tan fríos,
que prefiero esperar la próxima estación
antes de buscarme y preguntar
cómo está aquel yo que se fugó contigo…
No crea usted que pretendo cometer algún agravio,
no crea usted que mirándola fijo pretendo generar un desencanto.
Se equivoca. Yo apenas la conozco.
No pierda el tiempo en eufemismos,
ni trate de evocarnos la conciencia.
No intente los forzados escrutinios
de una lógica que explique las fronteras.
Aquí no ha pasado sino una estación del alma,
como decir,
aquí pasó la primavera.
Esto que usted siente no es más que el corazón
latiéndome en el labio que la besa;
Esto que yo siento es la avalancha
que se roba nuestros aires, y nosotros,
apenas si sentimos esta vida
corriendo en su galope por los prados de las vértebras.
Pero no se moleste. Aquí no ha pasado nada.
Aquí sólo paso el tiempo,
como queriendo cortar nuestras cabezas.
No se equivoque. Nunca quise ofenderla.
Yo me voy sin excusas con que cerrar sus lágrimas abiertas,
la dejo entrehablando, entresonriendo,
como yo cuando esta noche fume
y la recuerde calentándome las venas
con el más agudo néctar que se pueda
robar de una flor cerrada y nueva,
que se expande y se contrae, como nube.
Yo me voy. No se moleste en levantarse.
Quédese de nuevo así, lejana y lúgubre,
como antes de atreverme a arrancarle siquiera
su mirada al vacío, para imprimir sus ojos
en mis pupilas que así quedaron huérfanas;
ya no me pertenecen, no cuento más con ellas.
Con permiso. Ya me marcho.
Aquí no ha pasado sino un génesis abrupto,
como decir,
aquí chocaron dos estrellas.
Usted siga sentada y no se apene,
A mí también me ardió el alma desnuda,
a mí también decir adios me duele.